el querido olmo,
que se
adelantaba unos pasos en su graciosa reverencia
dejando atrás
al cuerpo de baile de
olmos
inclinados que separan los jardines
de las torres
de departamentos vecinos,
ha quedado,
después de la furiosa poda de aquellos,
más solo, más
frágil, deshojando su traje poco a poco,
día a día,
noviembre a diciembre,
única alegría
de los pájaros y nuestros ojos
en estos cortos
días otoñales,
parece una
diminuta piaf
saludando
vulnerable agarrada al telón de terciopelo.