Dice Paul Valery que los “diseurs
de profession” (¿cómo traducir esto: los decidores, los locutores, los
habladores, los actores, los cantantes?) le resultan siempre insoportables;
porque en su pretensión de interpretar los textos, lo que hacen en realidad es
sobrecargar y alterar las armonías primeras, el lirismo y los cantos propios de
las palabras.
20.5.15
6.5.15
contra los cantantes
“¿Hay algo más banal que una cantante que canta?” Barbara
“¿Cómo puede existir la inteligencia vocal en ese summum de cretinismo
que es a menudo un cantante?”
Marina Tsvietáieva
Como la de las sirenas de
Ulises, la voz cantada nos seduce, nos encanta. Pero también nos engaña, nos
miente. Cuando es la “voz propia” puede atontarnos al punto de impedirnos saber
qué estamos diciendo, puede convertirnos en los peores mentirosos –los que
mienten sin convencimiento, incapaces de creerse sus propias mentiras- y puede transformarnos
en patéticos vanidosos y en neuróticos insatisfechos. De cantantes como estos
está lleno el mundo, siempre lo estuvo, pero ahora que la banalidad y la
intrascendencia está entre las manos de todos, todo el día, y nuestros oídos
reciben indefensos las ondas de voces falsificadas y vacías, sufren inocentes
nuestras almas, por más cera que echemos en nuestros castigados oídos.
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