El otro día tocando la vieja guitarra
criolla de mi hermano, sentí claramente que la guitarra estaba viva y que tenía
“alma”.
Y que esa frase o creencia que dice que los
instrumentos musicales tienen alma no es una idea poética, sino una verdad
tangible.
Esa guitarra que mi hermano comenzó a tocar
en la infancia con un profesor de barrio en City Bell y que lo ha ido
acompañando a lo largo de las décadas, de las casas familiares, de sus
habitaciones de soltero, de un continente a otro, de la casita de Darwin en
Inglaterra, a su vida de argentino trasplantado a Suiza, a su vida de padre…el
alma de mi hermano, está en esa guitarra.
También es la guitarra que él nos dejó en
custodia cuando viajó a Europa con intenciones de no volver, y es la guitarra
con la que yo intenté mis primeros acordes y con la que Carlitos me acompañaba
en nuestros primeros recitales de tango, con ella canté La Pulpera de Santa
Lucía, con ella hicimos La Mariposa Tango…nuestras almas están en esa guitarra.
Y un día, en el departamento que
alquilábamos en el barrio de Once, nuestro primer gato amado Pushkin, jugando
con un bollito de papel la tiró al suelo y se le quebró el mástil… un alma de
gato, el alma de Pushkin está en esa guitarra.
Y en la milagrosa Buenos Aires, llena de
barrios y de personas increíbles, un viejito que arreglaba guitarras, la
remendó con tanto mimo que el sonido de la guitarra mejoró después del golpe…el
alma de ese señor está en esa guitarra.
Esa vieja guitarra suena tan bien porque tiene
“almas”.