25.7.17

la escritura

Cuarenta años, rubia, pecosa, vestida con un camisón de satén rosa a las cinco de la tarde. Encerrada en su habitación de mujer separada, los hijos al cuidado de la abuela en otro lado de la casa. Copiaba en un gran cuaderno con lapicera de tinta y una letra azul muy estirada. Trabajaba. Ese era su trabajo: copista. A mis seis años, era la primera vez que conocía una mujer separada, en camisón a las cinco de la tarde –lo cual sugería que recién se levantaba de la cama, que podía existir un “trabajo” que se haga entre la tibieza de la sábanas, y una cierta libertad horaria - pero lo más revolucionario: era la primera vez que conocía a alguien cuyo oficio estaba basado en el acto de “escribir”, y esa acción iba acompañada de atributos muy femeninos, misteriosos y bohemios.