La práctica del canto ha sido una terapia cultural de invierno desde el comienzo de la civilización.
Revitaliza el cuerpo, agita el conocimiento, evita el malestar, reinicia el reloj interno, reaviva el espíritu humano, alivia la modorra por la disminución de la melatonina (la hormona del sueño) y aumenta la serotonina (la hormona del placer).