Siempre cuando prepara el mate sigue ese ritual: el primer mate que ceba, lo sorbe y va escupiendo en la pileta ese brebaje caliente y amargo, - y entre sorbo y sorbo se queda detenida, la vista fija en la ventana, ensimismada, pensando en todo lo que entregó de sí misma por vivir ese momento: su familia, su idioma, sus clases de piano, la nieve, los bailes, las navidades, la compañía y los juegos de sus hermanas, los paseos a Copenhagen, las promesas de otros futuros posibles.
Aunque es una mujer madura, mayor, una abuela, todavía conserva su imagen algo de aquella joven alegre, llena de impulsos artísticos, que dejó para siempre en Dinamarca.
El olor a pescado, el sol detrás de la ventana de esos veranos demasiado cálidos para su espíritu nórdico, y el fuerte sabor del mate amargo en su boca, al que se habituó, al final, a fuerza de insistir en su propia amargura y en sus secretos recuerdos de emigrada.
dibujo que pertenecía a mi abuela Margarita