1.2.11

Ciudades

Sola en Düsseldorff: no sospechaba ciudad tal, pero he vuelto a ella a dormir muchas noches, y cada mañana me perfumé con un perfume diferente, pero todos dulces, trasnochados.
Busqué alianzas y solitarios en el asfalto y me ruboricé mirando a los violoncelos afinados en el Ballet que cuando era una niña me condenó a esa gira, las Willies repetían sus gestos con Sigfrido: “Bailarás hasta caer muerto”.
Una noche derramé lágrimas amargas entre mi primer insomnio y mi primer plumón, por la mañana caminé resignada y descalza por los cuartos vacíos, abrí la heladera vacía y miré los platos sucios en la pileta antes de salir a la calle a fingir algún paseo de domingo entre los alemanes domingueros.
Después me mudé a un cuarto de artista invitado, puse el queso y la leche en el antepecho de la ventana, como Kafka en Praga. Corté una rama de muérdago del parque y la puse en mi mesa, en aquella mesa donde escribí algunas palabras mientras esperaba al resto de la trouppe, que más afortunados en vez de esperar la próxima función de la gira en Düsseldorff, paseaban por el regio París.