Pisar el escenario y reconocer ese espacio iluminado, alto y con
límites oscuros, como un lugar que me pertenece, aunque desaparezca al final de
la función.
Encontrarme en ese espacio limitado por luces, más allá de las cuales
se extiende la oscuridad, un espacio sin techo y sin paredes: de un lado los
seres dispuestos a sentir, del otro el horizonte de mi imaginación y mi pasado.
Y ponerme a cantar con todo lo que soy y lo que he sido, realizando con
mi voz, toda mi vida.
En ese momento: mi vida realizada.