14.4.11

Alejandra

Mi impaciencia no condice con la escritura. Si algún arte se pliega a mi persona es el canto. Sobre todo cantar canciones a los alaridos. Dar cierta forma estética a mi persona que preferiría correr a cuatro patas y aullar.
Hubiera preferido cantar Blues en cualquier barcito lleno de humo que pasar las noches de mi vida sumergida en el lenguaje como una loca.
Soñé que cantaba. Cantaba como quien encuentra su voz en la noche. Luego desperté y canté varias horas frente al espejo. Por oír mi voz danzando, flexible como una terrible maroma, he tenido mi voz plegada a mí como la cuerda de un suicida, tanto tiempo mi voz decisiva se irguió como un nido de hilos rígidos, guardada en mi garganta, en su terrible erección, en su imposibilidad de ademán, de gesto, de comunión. Canté muchas canciones y no recuerdo cuáles fueron. Sólo que hubo algo así como los primeros pasos de la que se decide bailar, la paralítica despidiéndose de su inercia, la tan sentada, la siempre sentada, en su sillón con espinas, yéndose por fin y cayendo dentro de su propio espacio.

...pero el sábado me descubrí hablando en idioma literario, y esto tiene que ver con los ejercicios de relax. Si llego a distender mi garganta, es decir a respirar armoniosamente, cambiará mi relación –hasta ahora tan complicada- con el lenguaje. Pero ya van dos años que los practico y el pecho y la garganta continúan en su estúpida posición defensiva. La misma sensación de que una mano de hierro me oprime por esa zona. Esto es curioso: para distenderse sólo es preciso darse, dejar de retenerse. Claro que el horror a la caída, el miedo a la desposesión total...