8.4.11

El hambre era una constante en las giras,
dependíamos de las exiguas dietas para hacer rendir algo más,
aquellos sueldos miserables (llamemos las cosas por su nombre).
Y las dietas eran insuficientes, aún si las destinábamos a la primaria alimentación.
Largos días de hambre.
En los únicos lugares que fuimos ricos mágicamente:
la Hungría y la Checoslovaquia comunistas,
no entendíamos las cartas de los restaurantes
y entrábamos a un colmado en el que sólo te vendían un yogurt,
así que el hambre resistía burlonamente.
Eso sí me compré los longplays de los cuartetos de Beethoven
y me hubiese comprado un violoncelo si hubiese podido transportarlo,
pero...
el bolso se iba llenando con los más variados tesoros:
la reproducción en una postal de un cuadro de Picasso,
un vestido de noche de segunda mano,
un lápiz para labios muy rojo,
posavasos de cartón con marcas de cerveza,
la partitura de los preludios y fugas de Shostakovitch,
un reloj a cuerda,
unos binoculares de teatro dorados y antiguos comprados en Budapest,
programas y folletos y papeles que no decían nada.

La Praga comunista ya no existe.
La danza contemporánea tampoco.